agosto 2009
Sáb 1 Ago 2009
El Sam Raimi más moderno es conocido por una inmensa mayoría por ser el padre de Spider-Man (2002), probablemente una de las mejores adaptaciones, si no la mejor aunque con permiso de X-Men (2000) o Iron Man (2008), de un personaje Marvel al cine. Pero Raimi tiene un pasado muy importante regado con cientos de litros sangre o millones de higadillos, y donde las vísceras, los desmembramientos, las posesiones y los desvanecimientos de público fueron la nota dominante en aquellos prometedores inicios. El personal estilo como director de Raimi no se formó en los albores del siglo XXI. No, ya con su ópera prima Posesión Infernal (Evil Dead, 1981), la estrambótica y extrema Ola de crímenes, ola de risas (Crimewave, 1985), la cómica Terroríficamente muertos (Evil dead II, 1987), el oscuro cómic que fue Darkman (1990), o la magistral El ejército de las tinieblas (Army of Darkness, 1992), Sam Raimi se definió como hacedor de imposibles y creador de un estilo único que solo él sabe explotar. Los años 90 vinieron marcados por su intento de entrar en el Hollywood más exclusivo alejándose por completo del género que le dio la vida pero aportando momentos únicos en obras propias como Rápida y mortal (The Quick and the Dead, 1995) o Un plan sencillo (A Simple Plan, 1998), o ajenas como El gran salto (The Hudsuker Proxy, 1994).
Póster de Arrástrame al infierno
Ahora Raimi regresa cual hijo pródigo a ese tipo de cine que le vio nacer y que tanto le dio. Con dinero, aunque condicionado por Universal Pictures para que la película tuviera mayor distribución y por ende un público más amplio que alcanzar, Sam Raimi nos ofrece Arrástrame al infierno (Drag Me to Hell, 2009), una película 100% disfrutable donde el homenaje a sus época pasada está tan presente que podríamos decir que hay una notable ausencia de originalidad. Aunque este detalle puede parecer importante no lo es tanto, hay que tener en cuenta que mucha de la gente que verá la película no tendrá ni idea del pasado del director. Ese Oldsmobile de 1973, ese nuevo uso del splatstick, ese chorro de sangre nasal que recuerda al inicio en el foso de El ejército de las tinieblas, esos ojos juguetones en sus dos versiones obra de los siempre solventes chicos de KNB EFX Group, y básicamente el desarrollo completo de la película, sigue un tremendo paralelismo a las obras que le vieron nacer. Esta vez Raimi ha cambiado en el protagonismo de su buen amigo Bruce Campbell por el de la joven Alison Lohman. Lohman interpreta a Christine Brown, una joven que trabaja como apoderada en una sucursal de un gran banco y que por presiones laborales se ve obligada a denegar un préstamo a Sylvia Ganush (Lorna Raver), una anciana gitana con muy malas pulgas que se queda sin casa. En venganza por lo ocurrido Ganush ataca a Brown y le echa un mal de ojo en forma de terrible maldición que deja a la joven a merced del Lamia, un ser diabólico que en tres días reclamará lo que ahora le pertenece… el alma de la joven. A partir de ese momento la vida de Brown comenzará a ir cada vez peor. Constantes y violentos ataques del Lamia, la relación con su novio Clay Dalton (Justin Long) se irá desgastando y su trabajo no será lo que ella esperaba.
Aunque la peli es muy gratificante en los tiempos que corren y se disfruta de principio a fin, hay que reconocer que Raimi, acompañado nuevamente por su hermano Ivan en el desarrollo del guión, no es que se haya estrujado demasiado la cabeza. Lo escrito, actualizando y modificando las situaciones, es una nueva versión de Posesión Infernal, con una protagonista que lo pasa putas, que sufre lo indecible y cuyo destino está en manos de un diablo juguetón y bastante salvaje. También bebe del pozo de la histriónica comedia de Terroríficamente muertos. Sirviéndose del mejor exceso, Arrástrame al infierno vuelve a provocar carcajadas en situaciones claramente desagradables, pero como es la protagonista la que las sufre pues más gracia te hacen. Golpes de esos que te descoyuntan, chupetones con babas, vómitos, tirones de pelo o nuevamente los ojos protagonistas son las notas desagradables que narradas como lo hace Raimi resulten gratificantemente cómicas.
En definitiva, Arrástrame al infierno es un homenaje / auto homenaje al pasado de Sam Raimi, una nueva vuelta de tuerca a sus orígenes más terroríficos y una película para pasárselo de miedo en estos calurosos días de verano. La única pega que le veo es que no sea más fuerte, esperemos que su versión para casa disponga de un Director’s Cut en la parte superior y que Raimi haya gastado algún galón extra de sangre en ella…