Dom 18 Ago 2019
Quentin Tarantino ama el cine y ama hacer cine. Cada película que modela es una sorpresa, un homenaje a mil momentos de la historia del séptimo arte y de sus propias experiencias. Su última maravilla se titula Érase una vez en… Hollywood (Once Upon a Time in… Hollywood), y como suele ocurrir nada de lo que acontece en su film es predecible. Tarantino ha visitado varios géneros a lo largo de su carrera, que si cine negro, artes marciales, westerns, guerra, thriller… ahora es el turno de la fantasía, o de la ciencia ficción y los universos paralelos, porque ojo, ya en Maltidos bastardos (Inglourious Basterds) aprovechaba a jugar a ser dios.
En esta ocasión Tarantino selecciona un momento crucial de la historia de Hollywood, un instante que supuso un antes y después cultural… el asesinato de Sharon Tate a manos de los miembros de la banda del descerebrado Charles Manson, momento que también supuso un golpe de muerte al movimiento hippie que en aquellos tiempos, bajo el lema de "haz el amor y no la guerra", se enfrentaban al controvertido intervencionismo militar de la guerra del Vietnam, y mismo instante en el que se fraguó y asentó el Nuevo Hollywood. Tarantino nos traslada a esos años contando la historia de dos amigos, un actor y su doble de acción. Así conocemos a Rick Dalton (inmenso Leonardo DiCaprio), actor de seriales de televisión en sus horas más bajas, y Cliff Booth (grandioso Brad Pitt), su stuntman, aunque desde el minuto cero queda claro que en el cine ya no rasca nada y vive por y para Dalton como su asistente, manitas y hombre para todo. Amigos como pocos. En paralelo, sin ir más lejos en la casa de al lado, pero a mil millas de distancia profesionalmente hablando, Sharon Tate (Margot Robbie) existe y vive su sueño junto a Polanski y sus amigos.
A partir de ahí Tarantino propone una historia normal pero a la vez descomunal, acontecimientos que tienen todos lugar a lo largo de ese año 1969. Conocemos la cuesta abajo en la carrera de Rick Dalton, su mirada hacia atrás de lo que fue con segmentos varios de sus aportaciones al mundillo, lo que pudo ser (simpático el fragmento de La gran evasión), y lo retales para los que ha quedado en estos momentos. Los errores cometidos, las frustraciones y el golpe en su amor propio que le suelta Marvin Schwarz (Al Pacino). En el otro lado Sharon Tate, el breve punto de vista de la estrella que vive en lo más alto, pura felicidad, que acude a las famosas fiestas en la mansión Playboy, o que se ve a si misma y disfruta con el público mientras acude a una sesión matinal de La mansión de los siete placeres (The Wrecking Crew). Por último, y elemento catártico de la historia, Cliff Booth, ser optimista que vive su vida y que protagoniza los momentos más tarantinianos del film, desde esa inclasificable pelea con Bruce Lee, pasando por todos los periplos en coche que se hace con la música radiofónica a todo trapo y no dejando de pisar el acelerador hasta el fondo, sin obviar la tensa y desesperante secuencia en el rancho Spahn… brutal la forma que tiene Tarantino de construir auténtico suspense. Que haga una de terror ya. Mención especial merece el momento inconcebible, climax hiperviolento en modo "ahí queda eso, no en vano esto es pura fantasía"… su cine.
Es Érase una vez en… Hollywood, otras de sus obras monumentales, otra obra maestra, novena de la carrera y puede que antesala de su gran despedida. Hay que verla una y mil veces para poder disfrutar de todos los momentos que propone, únicos y repletos de homenaje al cine, el que conocemos y mucho más del que sólo él ha mamado desde el día que nació.
Maravilloso cartel de Érase una vez en… Hollywood