Sigo aprovechando el momento Labor Day en los USA, y una previa meditación, para ponerme manos a la obra con una merecida opinión sobre el último film de Pedro Almodóvar, La piel que habito (2011), película que podría decirse encaja como un guante en géneros tan peculiares como la ciencia ficción, tenue, el terror, psicológico, o el arte de lo grotesco. Es curioso ver como las inquietudes narrativas de Almodóvar, y sus deseos por llevarnos a los extremos sociales más variopintos, ven en La piel que habito la justificación más adecuada para ser utilizados. No lo voy a negar, pero soy de esos que en su búsqueda de abstracción total ve en la filmografía de Almodóvar demasiada explotación de detalles de esta índole… aunque también debo reconocer que mucho se debe a propios prejuicios que tengo contra el director manchego. Lo que si he de reconocer es que esta vez estos factores me han embelesado y sorprendido hasta quedarme estupefacto por lo inquietantes y brutales que resulta ser su utilización. La piel que habito es una película inquietante y aterradora, un viaje a la perturbada mente de su protagonista no exento de esa rareza que, por sumamente retorcida que parezca, acaba por atraparte y mantener enredado en su imaginativa trama, salida a su vez de la novela "Tarántula" de Thierry Jonquet. Pero ojo, tanto para detractores como para incondicionales, y como todo cine de Almodóvar, la obra posee esos clásicos detalles que por grotescos y fuera de lugar acaban por servir para dar un respiro a una historia que no deja para nada indiferente por su malsana osadía y resultado.

Póster de La piel que habito
Póster de La piel que habito

Robert Ledgard (Antonio Banderas) es un eminente cirujano plástico que tras el fallecimiento de su esposa en un accidente de tráfico, acabó completamente desfigurada por el incendio que se produjo tras el choque, ha decidido investigar la forma de evitar estos terribles dramas en las vidas de muchas familias. Tras varios años de trabajo casi en la clandestinidad, y de manera no muy ortodoxa, Ledgard crea una piel que podría haber evitado la muerte de su mujer. Ya solo le quedar dar un paso… probarla en seres humanos. En medio del fregado se encuentra Vera (Elena Anaya), una paciente que vive atrapada en la ahora carcelaria clínica que Ledgard posee en Toledo.

Debería flagelarme por lo que voy a decir, pero todavía sigo sorprendido por el genial trabajo que ha hecho Almodóvar con la obra de Jonquet manteniendo de paso toda la esencia de su particular cine y entrando a su vez en un universo desconocido y arriesgado que no siempre resulta fácil de manejar. Los giros inesperados, las mil y una transiciones en el tiempo que van encajando las piezas de una figura que parece no casar o las inconfesables sorpresas, todo en La piel que habito es bueno y más si de paso recuperas para un papel memorable al bueno de Antonio Banderas, actor referente de nuestro cine que lleva perdido en la marea de Hollywood desde hace ya unos cuantos años y que no apuntaba a resurgir si no fuese gracias al buen hacer de Almodóvar, creador al que de paso le debe su vida cinematográfica. Junto a estas grandezas, el film se completa con notables detalles como las interpretaciones de Elena Anaya y Jan Cornet, los singulares y muy grotescos personajes en los que se enfundan Roberto Álamo y Marisa Paredes, o la inmensa música de Alberto Iglesias, menudos instantes hitchcocketscos y desquiciantes. El resultado merece mucho la pena y dejará con diferentes sabores de boca a todo aquel que se anime a disfrutarla… o padecerla, porque según quien la vea será una delicia o un tortuoso viaje de difícil digestión.