Mar 10 Oct 2017
Bueno, como esto de Sitges 2017 lo llevo poquito a poco, me adelanto un día y ya recuperaré lo visto ayer. Hoy por lo tanto es turno de la cinta de acción The Villainess, el brutal descontrol de Brawl in Cell Block 99, la paranoia absurda de Dhogs, la intrascendencia de El habitante y la salvaje crudeza de A Prayer Before Dawn.
Arranqué la jornada con The Villainess (Ak-Nyeo) de Byung-gil Jung, cinta de acción coreana que siguiendo la pauta del cine de este género y de este país siempre tiene algo nuevo que ofrecer. En este caso asistimos a una especie de versión propia de la Nikita de Luc Besson pero regada con el habitual tono del modo de producción llegado de este país. El cine coreano es uno de los más potentes si hablamos de acción sin fin y The Villainess no defrauda… o no por completo. Hay que reconocer que la película tiene dos de las secuencias, arranque y final, más espectaculares vistas en pantalla. La primera incluso más que la segunda, siendo el espectador protagonista de un auténtico shoot ‘em up sin fin y en modo plano secuencia que resulta interminable. La escena rememora molonas secuencias como la del pasillo de Old Boy (Oldeuboi). La segunda propone otras ideas si cabe más impresionantes como una persecución en moto que madre del amor hermoso y una batalla campal en un autobús donde no queda títere con cabeza. Pero claro, en medio llega el sopor, un drama de pareja, familiar y alguna cosilla más que da forma a una trama que puede acabar durmiendo. Mola, pero con matices.
Cartel coreano de The Villainess
De ahí dí el salto para ver Brawl in Cell Block 99 de S. Craig Zahler, film protagonizado por un impensable Vince Vaughn… mira que no lo trago pero con esta película uno descubre que este tipo puede molar mucho. El director de Bone Tomahawk, joya que pudimos ver hace dos años en el mismo Sitges, regresa con una epopeya violenta, salvaje y muy autoparódica. Brawl in Cell Block 99 debe definirse como drama carcelario llevado al extremo del despiporre. ¿Cómo? Pues pon un ingrediente llamado Vince Vaughn y su 1,92, no, 1,95, no, 1,98. Sazónalo afeitándole el coco, dale trabajo de "repartidor / traficante" de drogas y termina metiéndolo en una cárcel donde todo sea posible. Si ya en Bone Tomahawk el bueno de S. Craig Zahler nos ofreció algo completamente atípico (un western clásico que mutaba alegremente en cinta caníbal), en esta Brawl in Cell Block 99 nos enfrentamos a un aparentemente serio drama carcelario que acaba convertida en una suerte de Historia de Ricky (Lik wong)… sí, estamos hablando de violencia sin parangón, brutalidad imparable y un ritmo trepidante donde todo resulta hasta gracioso por los chascarrillos soltados por ese hombre de titanio que es Bradley Thomas (Vaughn). Obligada.
Cartel de Brawl in Cell Block 99
El tercer plato ha sido la cinta gallega Dhogs de Andrés Goteira. La verdad, la propuesta surrealista del director nacido en Vigo se salva por el desenlace propuesto ya que en sí es, me duele decirlo así a las bravas, un delirante cagarro. Pero ojo, tras sufrir en la butaca durante 90 minutos todo da un giro tan alucinante que hasta te replanteas la opinión inicial para acabar diciendo que, bueno, vista así no está del todo mal. Caben ciertas dudas respecto a lo que finalmente propone, y si bien podría tener sentido vistas las cosas que nos estamos acostumbrando a leer, ver o incluso vivir, pues todo es posible. Si uno acepta esta idea, OK, te lo puedes hasta creer y tan pancho. Pero ojo, porque Goteira propone inteligentemente, pero lo que propone no es del todo nuevo (esta misma idea ya se ha explotado aunque no con éxito). En fin, se puede ver, además está rodada en gallego y eso es siempre agradecible. Por otro lado salen algunos rostros conocidos como los de Morris o Miguel de Lira, que alegrarán al respetable del noroeste de España. La verdad, dudo que Dhogs llegue a las salas comerciales, demasiado surrealista como para agradar al gran público y un fiasco taquillero en potencia… pero curioso a decir basta.
Cartel de Dhogs
Y en esas tocó ver El habitante de Guillermo Amoedo, probablemente la primera de este 2017 que tuve ganas de abandonar. El bueno de Amoedo, guionista de Aftershock, El infierno verde (The Green Inferno) o The Stranger, cuenta con el apadrinamiento de Eli Roth y Nicolás López… ¿es eso lo que le lleva a llegar a Sitges? En fin, el resultado, tras la muy olvidable The Stranger, además de guionista fue su director, es una suerte de pesadilla modo El exorcista (The Exorcist) que válganos el cielo. Propuesta terrible, excesivamente ruidosa, absurda y con una calidad interpretativa de nivel medio bajo. Cuesta entender, y mucho, la cabezonería de los personajes, el erre que erre ante propuestas más lucrativas que surgen. Todo lo que pasa es demasiado forzado y el resultado final es tan pero tan previsible que hasta sienta mal que hagan eso. ¿En serio tienes que ser tan cutremente evidente? Lo dicho, El habitante es de esas que merece no gastar el tiempo.
Cartel de El habitante
El punto final lo puso el también drama carcelario A Prayer Before Dawn de Jean-Stéphane Sauvaire, pero esta vez, y a diferencia de Brawl in Cell Block 99, nos encontramos ante la visión más seria y degradante del género. En pocas palabras un terrible viaje a los infiernos del ser para resurgir y volver como persona. El film está basado en los años que Billy Moore, atención a la tremenda presencia de Joe Cole (al que vimos en la también sobrecogedora Green Room), pasó en una prisión de Tailandia. Como adicto a las drogas acabó en lo más profundo de la deshumanización, para acabar resurgiendo de sus propias cenizas como campeón de Muay Thai. La película es tremenda, salvaje, aterradora y muy en la línea de esas otras grandes obras británicas que vimos en años anteriores también en el mismo Sitges y de este mismo género, por ejemplo Convicto (Starred Up). A Prayer Before Dawn debe verse para valorar el nivel de degradación en el que se puede acabar inmerso, pero también como vía de escape para tener claro que no hay retos imposibles. Fabulosa e impactante.
Cartel de A Prayer Before Dawn