Opinión


Eso es lo que pasa cuando echas el resto tratando de reinventar una obra de culto, que cuenta con un público que la recuerda con orgullo y que se sigue disfrutando al máximo aun pasando sobre ella cerca de 30 años. En un nuevo episodio de la larga lista de institucionalizaciones por parte de los grandes estudios de Hollywood llega RoboCop (2014) de José Padilha, debutante en el mercado USA que desconozco que hubiera logrado hacer si le hubieran dado carta blanca sobre el proyecto que nos trae aquí pero que puedo imaginar que algo mucho mejor si echamos la vista atrás y observamos con detenimiento su fabulosa Tropa de élite (Tropa de elite, 2007). MGM y Sony, dos de las grandes, han unido fuerzas para reinventar el icónico personaje creado por los guionistas Edward Neumeier y Michael Miner, uno que de forma crítica, cínica y abiertamente violenta fue transformado en cine por un director sin pelos en la lengua como Paul Verheoven, maestro entre maestros, al que acompañó la extenuante capacidad creativa de un visionario de los efectos especiales como Rob Bottin. Pero claro, los tiempos que corren son el ahora, y en estos momentos el mercado es quien marca descaradamente la pauta a seguir si hablamos de superproducciones, y que además se ven acompañados por una muy patente carencia de ideas donde ya no existe el riesgo, con naturalidad se le teme, y donde todo se ve avocado a una mojigatería que debe contentar a un público extremadamente amplio dek que se necesita que puedan verlo todo.

Con estos mimbres nade RoboCop, film que mantiene la esencia de la obra de Verhoeven, lo humano prevalece, y que continua explorando y criticando el claro devenir de nuestra sociedad hoy en día y donde el poder de los corruptos más el tejemaneje de los medios es lo que en el fondo debería ser castigado con dureza. Josh Zetumer, el guionista de este RoboCop 2014, elabora una historia correcta con engaños varios, de respetuosos guiños al pasado, pero que sin embargo se disipa como un pedo en una tormenta ya que tras 60 minutos no llega a trascender ni un 1% de lo que lo hacía ya en esos momentos la obra de la que es remake. Llegado a un punto donde la cosa no puede ser más plana todo cambia y mucho, el nuevo RoboCop, sus debates personales internos y el juego sucio de las grandes corporaciones, OCP sigue siendo una empresa de doble, triple o cuádruple moral, luce como se esperaba en un frenesí que salvo porque no cuenta ni con una gota de sangre – no se nos vaya a desmallar alguien – es hasta entretenido. Pero pasado este revitalizante parte el globo comienza a deshincharse y se confirma que MGM ha perpetrado un producto que puede que funcione en taquilla pero que no pasará, seguramente ni lo pretenda, a la historia como lo hizo ese otro RoboCop (1987).

En medio del fregado un Joel Kinnaman anticlimático que en su puesta en escena cuenta con una reinvención menos aparatosa del famoso cuerpo robótico en el que se ve obligado a revivir. Junto a él gente de peso como Samuel L. Jackson en modo rey fascista televisivo, y un retornado como Michael Keaton al que secunda Jackie Earle Haley en un papel que no cae en gracia. Otros como Gary Oldman o Abbie Cornish aportan su granito de arena aunque si les otorgas menos metraje tampoco se les echaría en falta.

No se, los ochenta eran más gamberros, entregados y auténticos, no había tantas preocupaciones y el cine de adultos era eso, cine de adultos. Ahora la ceniza MPAA coarta a las grandes compañías que, por otro lado y de forma igualmente culpable, optan por descomunales inversiones que deben ser recuperadas sea como fuere… y en este caso la solución la encuentran rebajando notablemente cualquier atisbo de personalidad que diferencie a este producto de esas otras decenas que llegan a la gran pantalla bajo este sello a lo largo del año.

Uno de los carteles de RoboCop
Uno de los carteles de RoboCop

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Planteemos una ecuación muy simple: costumbrismo, viaje a la América low cost, eso de profunda tampoco es que me parezca del todo correcto porque aquí a la vuelta de la esquina también tenemos de esto, y muchas relaciones, ya sean familiares o no. Estos tres elementos sirven a Alexander Payne, el director de cosas también muy de introspección como A propósito de Schmidt (About Schmidt, 2002) o Los descendientes (The Descendants, 2011), de argumento para contarnos el curioso viaje obsesivo de Woody Grant, Bruce Dern fantástico, un simpático y cabezota anciano que ha recibido una carta donde se le anuncia que es el ganador de un jugoso premio de un millón de dólares. Este punto de partida sirve para meter al espectador en un apacible periplo entre Billings y Lincoln, tránsito entre los puede que muy tediosos estados de Montana y Nebraska, donde nos cargaremos las pilas con múltiples reencuentros familiares, pausa, donde se sacarán a la luz viejas rencillas, pausa, y donde reinará esa tozudez supina de la que Dern hace maravillosa ostentación, nuevamente pausa. Nebraska (2013) es un entretenido melodrama familiar con momentos de comedia, agradecidos para levantar ánimo entre tanto aprovechado que ve en una falsa obsesión, propia de un hombre mayor y senil, una forma de sacar tajada. De regalo una reveladora relación padre hijo, de esas que de vez en cuando merecen verse para pensar sobre el tema y darse cuenta que las rarezas son eso, peculiaridades de cada uno con las que se debe aprender a convivir. Triste pero positiva, viene aderezada con June Squibb, muy divertida, y un elenco de actores que ponen sobre la mesa a la taciturna familia Grant.

Cartel de Nebraska
Cartel de Nebraska

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Y algunos se preguntarán que tiene David O. Russell que últimamente parece apostar exclusivamente por productos con premio, que le pregunten si no a Robert Redford. Pues desde luego un gran saber hacer, mucho ojo, probablemente suerte y, por qué no decirlo, grandes e impagables apoyos a la hora de promocionar sus últimas aventuras como director. De un tiempo a esta parte O. Russell no para de acertar, cualquier tiempo pasado en este caso no fue mejor, y tras The Fighter (2010), El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook, 2012) y ahora esta La gran estafa americana (American Hustle, 2013), estamos ante un caso insólito de frenética dirección que da como resultado films que han cosechado sin control premios y más premios, a la par que reconocimiento.

Por otro lado este director sabe rodearse de nombres y, como ya hiciera en las otras películas citadas, no ha dudado tirar de agenda y cosechar en su pasado volviendo a contar primero con Christian Bale, ganador de un Oscar por The Fighter, Jennifer Lawrence, ganadora de un Oscar por El lado bueno de las cosas, Bradley Cooper, no ganador pero ahí le anda gracias a este director, Amy Adams, cinco veces nominada al Oscar y ya conocida del director por el primer proyecto de esta gran etapa, o Jeremy Renner, otro que tal baila con papelones como los de The Town (2010) o En tierra hostil (The Hurt Locker, 2008), ambas nominaciones, aunque también con más de un tropiezo considerable. Con este plantel ni queriendo se puede hacer algo malo, aunque tampoco tiene porque ser extremadamente bueno. Esto es lo que le pasa a La gran estafa americana, una visión libre de la nada conocida operación Abscam, aquí podríamos hacer lo mismo con la Pokemon por poner un ejemplo, por la cual el FBI decidió contar con el apoyo de un estafador e informante llamado Melvin Weinberg para poder acabar con una trama de corrupción donde campaban a sus anchas políticos o mafiosos. En la película el Weinberg este ha evolucionado a un tipo llamado Irving Rosenfeld (Bale), uno que vive a su ritmo, estafando, pero sin resultar demasiado evidente todo lo que hace. Junto a este curioso empresario figura su amante Sydney Prosser (Adams), y junto a él ambos serán "reclutados" por el ansioso agente del FBI Richie DiMaso (Cooper), rey del pelo rizado y la excitación descontrolada, para dar caza a un muy rocambolesco y evolutivo plantel de delincuentes, corruptos y mafiosos… ¡como la vida misma pero en modo comedia!

Y es que en global La gran estafa americana funciona como multigénero, siendo los golpes de efecto más cómicos aquellos que hacen relajarte con bastante asiduidad, pero pasando también al drama personal donde el temor a los actos que uno comete hacen crecer dudas y pesares asociados a la amistad, las relaciones personales y la profesionalidad. Todo esto da forma a una historia simpática, cargada de estética setentera donde los cardados, la laca, los rulos de alcoba y un ya mítico bisoñé, hacen que te metas más y más dentro de la obra. Encantadores los paseos por la pantalla de gente como Michael Peña y sobre todo un Robert De Niro que adopta la forma de aquellos ítaloamericanos en gafa de pasta y muchos años que Scorsese encontraba para pulular por sus obras mafiosas más geniales. Pero eso si, conforme el film avanza, y el lío se hace más y más grande, más crecen las esperanzas de ver un desenlace magnífico a lo El golpe (The Sting, 1973)… pero claro está, eso no está al alcance de muchos, y O. Russell no es capaz de tomar el pulso final resultando todo en un desenlace descafeinado que no hace sombra a todo lo que durante dos horas ha ido montado con maestría y diversión.

En fin, vale mucho la pena verla, pero la veo como otra The Fighter o El lado bueno de las cosas… para disfrutar pero mucho me temo que será la que no rasque nada, o muy poco, en los siguientes premios.

Uno de los carteles para el mercado usa de La gran estafa americana
Uno de los carteles para el mercado usa de La gran estafa americana

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Pues habrá que seguir hablando de esas otras películas que no entran en los géneros habituales del blog pero que merecen ser vistas, y más con los premios Oscars ahí a la vuelta de la esquina. Para comenzar nada mejor que hacerlo recomendando El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), la última pieza del artesano Martin Scorsese y un viaje sin concesiones al extremo y desbocado mundo de las drogas, la prostitución y los corredores de bolsa… aunque solamente de la parte formada por los que se forran en tiempo récord haciendo no precisamente las cosas limpiamente. El lobo de Wall Street es de paso un nuevo avance, otro más, en la madurez como intérprete del gran Leonardo DiCaprio, actor que merece la pena ser disfrutado una y otra vez hasta que se te sequen las retinas aunque, siendo realista, ya no le queda nada por demostrar y con cada papel que se echa a la espalda deja claro que es de lo mejorcito que hay hoy en día en el starsystem conocido. Pura maestría.

Basado en una obra autobiográfica, El lobo de Wall Street cuenta la vida y obra de Jordan Belfort, un agente de bolsa que debido a su gran conocimiento del medio, y sus ansias por medrar, acabó dominando el mercado bursátil durante parte de los años 90 aunque, como ocurre de vez en cuando en estos casos, sacando provecho de métodos poco morales y mucho menos legales. Belfort vivía al límite y eso implica poder absoluto, algo por que lo Scorsese siente fascinanción vista su carrera cinematográfica. En el fondo, que digo fondo, en el más amplio sentido de la palabra, Belfort es el amo, un ser superior que se muestra rutilante e imponente por encima del resto de mortales que le adoran e idolatran. Más todavía, Belfort es esa especie de dios del mal vestido con los mejores trajes, de ser despreciable que maneja y al que le gusta que le riendan pleitesía. Ese mal, ese poderío, esa superioridad que supura Belfort es algo que Scorsese disfruta rescatando y mostrando al espectador como ya demostró, aunque en otro rango de villanía y personajes, en muchas de sus anteriores películas. Casino (1996), Infiltrados (The Departed, 2006), Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990), El cabo del miedo (Cape Fear, 1991) o Gangs of New York (2002) cuentan todas ellas con este estereotipo de rey villano que de form sobrada se impone a los demás con magnificencia. Jordan Belfort es el nuevo Frank Costello, el Bill "The Butcher" Cutting de Wall Street o Sam "Ace" Rosthein de parquet bursátil.

Y ahí está la genialidad de El lobo de Wall Street, Scorsese genera un nuevo modelo de villano, uno que ya hemos conocido en otras cintas y documentales, o incluso en las noticias que vemos a diario por televisión, pero sacando a relucir su lado más frívolo y extremo… en este caso un día a día rodeado de drogas, prostitutas, excesos y locuras varias. Pero eso si, Jordan Belfort, y la marabunta de chorizos que le acompañaban, aquí no se venden como tipos deleznables, que lo son, rastreros, que lo son, o ladrones, que lo son. Scorsese opta por tomar otra camino, uno mucho más divertido y repleto de momentos cómico-épicos surrealistas, y viste a la mona con sus mejores sedas, aportándole un genio y una dulzura que llevan a Leonardo DiCaprio, y a gente como Jonah Hill, a un nivel de encanto entrañable y, no lo vamos a negar, hasta deseable. Que tire la primera piedra el que no haya disfrutado viendo los excesos de Belfort y compañía y haya pensado… en fin. Eso si, es tal la bajeza moral de los actos cometidos que menos mal que Martin Scorsese se saca de la manga una obra de este calibre donde, nuevamente, decora lo peor de la sociedad como un aspecto hasta apetecible. Así uno hasta se regozija con los antojos de Belfort, con sus magreos sexuales y sus probaturas lisérgicas. Porque te lo pasas pipa viendo la vida de este personaje, si bien una vez devorada la película da para un buen rato de charla sobre lo nauseabundo que fue este fulano que vivió al límite a costa de otros muchos a los que pisó, detrozó y humilló sin si quiera despeinarse.

Pues eso, El lobo de Wall Street está ahí para ser recordada, para tener al lado de las otras obras de Scorsese, y para disfrutar una y otra vez de es pedazo de actor que es Leonardo DiCaprio o de Margot Robbie (esto tenía que decirlo), un sucedáneo de aquella Ginger McKenna que en parte manejaba la vida del pobre Sam Rosthein. ¿Tres horas de metraje? Si, un poco extenso y con algún que otro momento un pelín pesadito, pero una cosa compensa a la otra y los años de perfección de Uno de los nuestros, Casino o la reciente Infiltrados ya han pasado, aunque al 95% siguen más que presentes en El lobo de Wall Street.

Y recordad que ya podéis hacer la Quiniela de los Oscars de este año. Más premios serán anunciados la semana que viene.

El cartel de la película que no pude ver en cines ni queriendo
El cartel de la película que no pude ver en cines ni queriendo

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Me he planteado abrir un poco más el rango de opiniones del blog para este 2014. Mi idea no es tanto hablar de todo lo que vea, que puede ser mucho y cansino, si no recuperar aquellos films que crea merecen un visionado por vuestra parte y que por haches o por bes no acaban por ser suficientemente conocidos dada la vorágine de estrenos semanales que acaban en los cines de nuestra ciudad… o más probablemente porque ni llegan a ver la luz del día en estas tierras. Para arrancar con esta nueva vertiente de opinión os presento uno de los mejores documentales estrenados el año pasado y que pude ver el otro día como primer film del año.

Blackfish (2013) de Gabriela Cowperthwaite es una increíble obra que profundiza en las por lo general muy discutibles acciones del ser humano sobre todo lo que nos rodea. En este caso es necesario meditar sobre las ansias de dominación, explotación y enriquecimiento del hombre frente y a costa de las orcas, cetáceos que con motivos meramente comerciales son cazados para disfrute del respetable.  El documental se centra en un caso particular y su entorno general: Tilikum, una orca "asesina" capturada a principios de los 80 en las costas de Islandia con un expediente de no te menees. Desde un primer momento el espectador recibe con estupor hasta donde puede llegar la crueldad humana para luego entrar, sin descanso, en una espiral donde el maltrato y acoso contra el animal son la nota dominante, entre otras cosas. La vida de esta orca arranca con el castigo físico y mental infligido primero por parte de sus captores, horrible, seguido de las lamentables condiciones en las que llega a vivir en cautividad para terminar el maltrato por parte de los de su propia especie… que si, que también se da. El documental aprovecha para ahondar en otros temas como el equilibrio mental de las orcas ya que comparativamente hablando, si un humano encerrado de por vida tiene una alta probabilidad de acabar psicótico, ¿por qué no puede ocurrir lo mismo con un ser como este y más si siente, se socializa y padece de forma muy similar al ser humano?

Tilikum es responsable y participante de la muerte de tres entrenadores de orcas, la última de ellas Dawn Brancheau en 2010, y sus descendientes directos, ¿genética?, de otros cuantos. Cowperthwaite pone también su ojo primero sobre SeaLand, una compañía que en la costa pacífico sobreexplotaba a Tilikum de forma deleznable, y luego en SeaWorld, el conocido parque temático que puebla medio Estados Unidos y que se justifica insistiendo en que las orcas en cautividad viven muchos más años que las que están en libertad. Ojo, todo el documental se cuenta desde un único punto de vista, lo normal en este tipo de obras, así que apoya toda su fuerza en material gráfico muy cruel y declaraciones de implicados en las acciones tanto de Tilikum como de sus descendientes, o en como el negocio del entretenimiento machaca no solo a las orcas si no que también a sus entrenadores. Jornadas maratonianas de trabajo en condiciones extremas, tanto para los cetáceos como para los que se meten en las piscinas con ellos, lo que conlleva a que tanto las orcas como los entrenadores puedan acabar perdiendo el control, las primeras, y la vida, los segundos. Se cuenta el caso de Loro Parque y la muerte de Alexis Martínez, un entrenador que perdió la vida por un ataque de una orca llamada Tekoa, descendiente de Tilikum.

En fin, debéis verlo si o si. Lo acompaña además una grandísima banda sonora compuesta por Jeff Beal que pone los pelos de punta.

Cartel de Blackfish
Cartel de Blackfish

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Sigo anclado pensando que Balada triste de trompeta (2010) es la última gran película del director bilbaíno Alex de la Iglesia. Con Las brujas de Zugarramurdi (2013) no se puede negar que el estilo de este tipo de espíritu permanentemente joven e irreverente revive con imponente fuerza tras la desconcertante La chispa de la vida (2011). Este resurgir se debe a un arranque imparable, excepcional e incalificable donde, curiosamente, Jaime Ordóñez, el taxista, Manuel Tallafé, el cliente del taxi, y Macarena Gómez, la madre Armagedón, se comen con descaro a los también simpáticos y vitales protagonistas encarnados por Hugo Silva y Mario Casas. Si, la escena de Sol y la posterior fuga, fabulosa la idea de que los mimos más incalificables sean los reyes del mambo (ese hombre invisible), uno llega a Zugarramurdi y comienza el lento pero imparable descenso a los infiernos de lo anodino.

La verdad, aunque el film sigue contando con impulsos repletos de simpatía y mala baba merced nuevamente a las aportaciones puntuales del notable elenco de actores, mención especial a la pareja de policías encarnados por Pepón Nieto y Secun de la Rosa, el desvarío padre donde ya caen pesaditas Terele Pávez, Carolina Bang o Carmen Maura no llega a levantar las pasiones que debería. Resulta cansina la desgana de algunas y la sobreprotección de otras, menos mal que la buena aportación de Javier Botet, muy divertido, añade algo de serenidad al extremadamente desquiciante final, largo, pesado y aburrido, que deriva en un incomprensible happy ending bastante penoso donde da la sensación de que Alex de la Iglesia solo pretende contentar a todo el reparto… ¿por?. La verdad, no tiene razón de ser y más tras ver que el humor negro cuando más siniestro y macabro mejor es. ¿Se ha olvidado ya de la fórmula que usó con Acción mutante (1993), El día de la bestia (1995), Muertos de risa (1999), La comunidad (2000), 800 balas (2002) o la ya mencionada Balada triste de trompeta?

Ah, mención especial no solo a la excepcional banda sonora de Joan Valent, si no a esa intro, en esto Alex de la Iglesia sigue siendo un dios, donde uno puede disfrutar de mil y un guiños a otras tantas brujas que han asolado, y asolan, el mundo sin la propia necesidad de irse a Zugarramurdi a participar en un aquelarre.

Cartel final de Las brujas de Zugarramurdi
Cartel final de Las brujas de Zugarramurdi

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Momento de continuar con ese recorrido a destiempo por todo lo que vi en el pasado y añorado Festival de Sitges 2013. Es el turno de Enemy (2013) de Denis Villenueve, adaptación de la obra José Saramago "El hombre duplicado", habrá que leérsela porque el film de Villenueve descubre, al menos en mi caso, una historia bastante alucinante que nos traslada a un momento cualquiera en la vida de una persona normal y corriente… pero un momento impensable y bastante grotesco. Adam (Jake Gyllenhaal) es un profesor de universidad que tiene una vida como la que podemos tener todos. Vive en un piso medio, tiene una pareja con la que pasa mejores y peores momentos, la adorable Mélanie Laurent, y pasa su tiempo entre sus complejas clases repletas de debates sobre patrones y el salón de su casa. Pero todo cambia el día que decide alquilar una película de DVD. En ese momento el espectador es invitado a disfrutar de uno de los thrillers más extraños y perturbadores del momento. Una historia paciente, inquietante, un doble juego grotesco pero altamente enigmático y atrayente. Tan extraña es que la disfrutas, le das vueltas a la cabeza, tratas de ponerse en la situación de Adam incluido ese coitus interruptus que te deja con cara de WTF pero que hace que el resultado final sea más impensable y maravilloso de lo que uno hubiera imaginado al comenzar la película. De lo que más me gustó del festival de este año.

El único cartel de Enemy que ronda por la red
El único cartel de Enemy que ronda por la red

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Regreso con otra opinión de Sitges 2013 por eso de rellenar medianamente el domingo, y la confirmación de que hay días en los festivales de cine que pueden ser destructivos mentalmente hablando. Bajo el título L’Etrange Couleur des Larmes de ton Corps (2013), film francés de Hélène Cattet y Bruno Forzani, se esconde un giallo sin pies ni cabeza. Otra obra puramente alucinógena, que recuerda a los mejores viajes por la distorsión sonora y de imágenes italiana, sobre un tipo que llegado a su casa descubre que su mujer ha desaparecido. A partir de ahí, y a modo saltos sin mucho sentido, vemos el pasado de la casa, el pasado del protagonista y el presente. Cuesta dios y ayuda situarse en cada caso y distinguir quién es quién es este batiburrillo sonoro donde abundan los gemidos, los pezones, las navajas y las escenas modo caleidoscopio que levantan dolor de cabeza. La verdad, ni se os ocurra invertir vuestro tiempo en esto si no queréis acabar con el coco taladrado. No se me ocurre qué más contar porque aunque la aguanté de principio a fin acabé superado por el ruido, los chirríos, las imágenes desconcertantes y una lista de personajes a los que se les debería dar de comer por separado. Como ya dije por twitter… mierdaca pura!

Otro film de lo que destaca es el cartel. Precioso
Otro film de lo que destaca es el cartel. Precioso

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El pasado 15 de octubre unos cuantos afortunados pudimos disfrutar en el Festival de Sitges 2013 de Bienvenidos al fin del mundo (The World’s End, 2013), el nuevo film del explosivo trío calavera Edgar Wright, Simon Pegg y Nick Frost. Resulta que Universal Pictures Spain estrenaba hoy la película en nuestro país, pero para conmoción del respetable la cinta ha contado con una pírricas y lamentables 22 copias para todo el territorio nacional. En Asturias no se puede ver, en Bizkaia apuntan que tampoco, en Madrid me cuentan que hay dos copias y ninguna en versión original. Está claro que si existe un gran mal para este tipo de decisiones este es la piratería, y mayor mal es que desde hace semanas esté circulando por la red una versión en alta definición del film de Wright doblada al castellano! No se si se trata de la edición USA, que cuenta con doblaje y subtítulos aunque no estoy seguro si español o castellano, o si es una filtración desde la propia distribuidora en España. Lo único cierto es que Bienvenidos al fin del mundo no ha sido la nueva La cabaña en el bosque (The Cabin in the Woods, 2012) porque dios no lo ha querido, aunque le ha rondado. La verdad, es una pena, merece ser disfrutada en pantalla grande pero poco ayuda esos desfases temporales que aplican las compañías a los estrenos en nuestro país… porque sí, 19 de julio estreno en UK, 23 de agosto en los EUA, buena parte de Europa a lo largo de septiembre y España, olé, el 29 de noviembre. Pues nada, si has podido verla espero que la hayas disfrutado, aquí vuelvo a colocar la mini review que publiqué en plena fiebre Sitges 2013. Lógicamente he tachado la frase final, hacía referencia al utópico estreno a finales de octubre que hábilmente fue aplazado por Universal.

Momento de hablar de otra de las joyas de este 2013 en el Festival de Sitges. El pasado domingo se pudo ver en el Auditori Bienvenidos al fin del mundo (The World’s End, 2013) de Edgar Wright, episodio final a la definida como The Three Flavours Cornetto Trilogy, The Blood and Ice Cream Trilogy o la Trilogía del Cornetto, esta última la forma más sencilla. Qué decir, un cierre mayúsculo, una oda a la amistad y una aventura muy divertida que saca mucho jugo al aspecto más nostálgico de la ya inmortal amistad en pantalla entre Simon Pegg y Nick Frost. El trío calavera, padres putativos en modo director, guionistas y actores de las ya míticas Shaun of the Dead (2004) y Hot Fuzz (2007), acompañados esta vez por Paddy Considine, Martin Freeman, Eddie Marsan y Rosamund Pike, además de gustosos cameos de Steve Oram, Pierce Brosnan, David Bradley o la voz del mismísimo Bill Nighy, nos presentan una historia de reencuentro, mucha amistad, defecto de madurez o aventura etílica servida en pintas. Eso, macarras trasnochados y mucho más que no se puede contar pero que hay que ver porque es un cierre como la copa de un pino. Una banda sonora superlativa y una descacharrante invasión extraterrestre sirven para cruzarnos nuevamente con una aventura genial donde Simon Pegg se transforma y rompe moldes. Repetiré cuando se estrene en cines, a final de mes.

Gran cartel este de The World's End
Gran cartel este de The World’s End

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Entre tanta novela YA siendo adaptada a la gran pantalla hay que reconocer que la obra de Suzanne Collins es la que mejores resultados está ofreciendo, y más cuando el producto opta por no explotar los menudillos del muy presente, casi lamentable y agotador cine de corte teenager. Los Juegos del Hambre: en llamas (The Hunger Games: Catching Fire, 2013) es más adulto de lo que uno puede pensar, y aunque está más que claro que una de las bases de la historia es el obligado tira y afloja a tres bandas entre Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence), Gale Hawthorne (Liam Hemsworth) y Peeta Mellark (Josh Hutcherson), el nuevo film ahora en manos del solvente Francis Lawrence contiene en su interior una mayor carga de crítica social que viaja entre esa situación de icono objeto en la que se encuentra convertida la protagonista por parte del dictatorial régimen del Capitolio vs. el oculto y cada vez más presente manejo de la rebelión. En llamas es un film más completo que ese prometedor debut que resultó ser Los Juegos del Hambre (The Hunger Games, 2012) de Gary Ross, aunque también se le puede gritar a la cara eso de que ya se podían haber esmerado más en trabajar la estructura porque pese a tener ideas que subyacen tras los diversos acontecimientos se hace descaradamente un sota, caballo y rey clavadito al anterior film… que ojo, igual es que la novela también es así y no hay más que evolucionar.

Sea como fuere los amigos Lawrence, director y actriz, ofrecen un producto entretenido, dos horitas y media del ala a día de hoy son complicadas de manejar y aquí aunque con matices cumple bien. Además, la protagonista, peso pesado en Hollywood y que figura como atronador bellezón con ese carisma / encanto de andar por casa, se echa a la espalda toda el peso de la película y carga con un debate moral con consecuencias físicas donde parece que haga lo que haga lo que debe ocurrir inevitablemente ocurrirá. Y es que la realidad confirma que ese juego que de forma obligada monta el Presidente Snow (Donald Sutherland) contra la Katniss no tiene ganadores, si bien apunta a que solamente habrá vencidos. La intención es la misma, aplacar el clamor de las masas pisoteadas; el primero porque es lo que espera ya que como dictador se vive muy bien, la otra porque desea evitar el figurar como mecha que prendió la llama que llevó a sus iguales a su previsible aniquilación. Pero pese a las amenazas del viejo, y dado que todo es inevitable, aquí solo queda asimilar lo que te tiene previsto el destino y adelante con las consecuencias.

El resto de En llamas es lo que se espera del producto. Nueva visita a la estrafalaria tierra del Capitolio, unos nuevos juegos – digamos que muy descafeinados en comparación con los anteriores y en donde el tema de las alianzas vs. las necesarias sospechas toman protagonismo -, nuevos personajes con bastante sustancia como los interpretados por Philip Seymour Hoffman, Sam Claflin, Jeffrey Wright o la "en llamas" Jena Malone, y un final de esos que te tocan ligeramente las narices, por no decir otra parte del cuerpo, y que con perdón funciona como el culo si hablamos de cine. Que si, que ahora toca esperar un puñetero año al estreno de Los Juegos del Hambre: Sinsajo – parte 1 (The Hunger Games: Mockingjay – Part 1, 2014) y con ese final te dejan bastante con el culo torcido y bastante cabreo. Aun así mola.

Fabuloso cartel IMAX de Los Juegos del Hambre: en llamas
Fabuloso cartel IMAX de Los Juegos del Hambre: en llamas

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