¿Os pirráis por la intensidad?, ¿os morís por estar acongojados durante largos momentos del metraje de una película?, ¿buscáis meteros de lleno en un film y sentir ser parte de lo que en él se cuenta? Eso es Whiplash (2014), joya cinematográfica que debéis ver al menos una vez en vuestra vida, si no más, rodada y escrita por Damien Chazelle, alucinante director debutante y responsable, aquí tiene un poco más de tablas pero no como para no sorprenderse, del guión de la también muy recomendable Grand Piano (2013) del español Eugenio Mira.
A modo duelo al sol interpretativo, los 15 minutos finales son tensión digna de Sergio Leone pero trasladada al mundo del Jazz, se nos cuenta la historia de Andrew Nieman, joven batería encarnado por un Miles Teller que se desvive físicamente por el papel que interpreta. Resulta que el chico este estudia en el conservatorio de música más prestigioso de la ciudad, el ficticio Shaffer Conservatory of Music, hasta que llega ese día en el que cierto profesor entra a formar parte de su vida… para cambiarla. Entra en escena J.K. Simmons, el rudo, odioso, extremo, violento y desagradable profesor Terrence Fletcher. Alucinado por lo que promete este chico de tan sólo 19 años, Fletcher decide que pase a formar parte de su clase de excelencia y es aquí cuando el espectador descubre la pasta de la que están hechos tanto alumno como profesor. Comenzando por Andrew estamos ante alguien convencido de que la letra con sangre entra, seguro de sus capacidades, de su innato poder como batería de Jazz y obsesionado con lo que hace. Alguien que no dará el brazo a torcer, que prefiere cometer sacrificios personales y físicos que a la larga le puedan cambiar si con ello logra su objetivo… ser el mejor. Con un ego que no tiene límites porque sabe de lo que es capaz, no es lo suficientemente listo como para saber eso de que no siempre es bueno creérselo tanto ya que puedes dar con la horma de tu zapato y entonces las cosas pueden no ser lo que esperabas… o sí. Esto es lo que ocurre cuando descubre que Fletcher es en realidad un mariscal de campo, un sargento Highway que no se corta un pelo a la hora de humillar y castigar de forma psicológica y física a sus alumnos con tal de cumplir su sueño… descubrir esa nueva joya que reviva el género musical que ama y por el que vive.
Whiplash pone sobre la mesa un factor importante del aspecto formativo que implica ser el mejor. En este y otros artes, destacar sobre el resto requiere de unos niveles de sacrificio personal incalculables. Chazelle nos los muestra y deja claro que Fletcher los conoce y los ha sufrido (o los ha hecho sufrir), al tiempo que nos descubre vía Nieman lo que supone irlos asumiendo. Ruptura familiar, ruptura social en lo tocante a amigos y pareja, autoconvencimiento y por lo tanto más ego subido de tono o superioridad y odio hacia tus competidores, lo que redunda en ser más y más un solitario. Fletcher se lo mete en vena a Nieman y este, ya tiene la mente trabajada para ello, lo aplica.
El film va marcando el ritmo un dos tres cuatro con secuencias de intensidad musical y batalla interpretativa atronadores para luego cambiar a momentos personales e íntimos de la vida de Andrew, una cosa compensa la otra ya que para salir taquicárdicos del cine tampoco estamos. Y esto sirve para algo más, asistir a una batalla en la que J.K. Simmons lo rompe, deja perplejo al respetable con su presencia destroza vidas, con su actitud de dictador y con la brutal forma de impartir clases, castigo espartano a tortazo limpio si hace falta. Puede que aquí nosotros seamos un poco culpables porque por alguna razón se llega a disfrutar con sus humillaciones, viendo como pone de vuelta y media a sus alumnos o como llevar hasta la extenuación a los baterías candidatos con tal de lograr que hagan lo que el quiere que hagan. Simmons maneja las escenas, da entrada a su compañero de reparto, que habrá aprendido lo que no está escrito, y se erige como gran referente a seguir a lo largo de toda el metraje, se gusta y nos gusta. Miles Teller también cumple como una bestia, sufrida, rebelde y guerrera. En definitiva: son tal para cual y lo mejor es que uno lo disfruta.
Uno de los carteles de Whiplash