Es innegable que, por lo general, las comparaciones son odiosas. Pero tras la superlativa y terrorífica Hereditary, que Midsommar de Ari Aster se esperaba como agua de mayo, o en este caso de julio / agosto, entre el fandom más festivalero y avezado en el género de terror, era más que una realidad.
El momento ha llegado y lo primero que se me pasa por la cabeza es que no se puede negar que Midsommar no es plato de todos los gustos. Diría más, es francamente sorprendente que la película esté ahora mismo en 180 salas comerciales a lo largo y ancho de España (cosa que por otro lado me encanta) porque lo nuevo de Ari Aster no es para nada cine de estas proporciones. El cine de Ari Aster no es convencional, sus historias siempre ahondan en algo más de lo que en superficie se da a entender, en este caso esta fábula arcana y macabra no es otra cosa que un medio para dar disfrutar de la venganza definitiva a una relación personal falsificada durante un largo período de tiempo. El cine de Aster rezuma pulcro estilismo y Midsommar, pese a ser su segunda obra, es el no va más en este aspecto, rozando por momentos lo experimental. Todos tratan de decirlo… Ari Aster tiende a lo kubrickiano.
El tema está en que este largometraje se enfrenta cara a cara al peor escollo posible, su pasado más reciente. Aster sin embargo resuelve con soltura este reto ofreciendo un film embaucador y muy pero que muy lisérgico, pero desde luego no al alcance de todos. Durante sus largos 140 minutos, la historia propuesta por el propio director se puede resolver con muchas menos vueltas, nos metemos de lleno en uno de los géneros de horror más peculiares… el cine de terror folklórico. Por lo general el terror regional juega siempre con unas bases narrativas donde intervienen elementos tan simpáticos e icónicos como son las creencias ancestrales, los rituales y los sacrificios. Midsommar no oculta nada de esto, y tan pronto te pervierte con escenas espeluznantes a plena luz del día (o puede que de la noche más deslumbrante), como te atocina dándole vueltas a los eventos más soporíferos de tanta festividad. Uno se huele desde el minuto cero por donde van los tiros, pero Aster intercala esas otras historias que completan en definitiva una propuesta que navega entre la aterradora locura de El hombre de mimbre (The Wicker Man), como se pasa al ahora envidiado torture porn de Hostel. Pero lo mejor de Midsommar es que lo que se oculta va fraguándose a fuego lento, como los bollos de bello púbico que ponen de comida a uno de los incautos visitantes de la fiesta esta de mayo, Hårga, que se celebra en Hälsingland.
En Midsommar tienes la historia de Dani, muy bien esa transformación de la huérfana Florence Pugh, tienes la del traidor Christian, sufridor Jack Reynor, y tienes las historias de la tesis doctoral del antropólogo pesado Josh (William Jackson Harper), o la del aspirante a American Pie encarnado por Will Poulter (responde al nombre de Mark en la película). Ari Aster te presenta sus diferentes inquietudes o interioridades, más o menos interesantes, e introduce a los personajes en una espiral de irracional paranoia donde tan pronto un coro de mujeres en pelotas te acompasan un enfermizo coito con canturreos guturales, como te abren la cabeza de un castañazo mientras miras embobado papeles pintarrajeados por un fruto de la endogamia más trasnochada.
Digamos que Midsommar es menor que Hereditary, digamos que no es horror al uso, digamos que juega en la liga del cine de autor cuando te la venden como el blockbuster de terror del verano. No está mal, gusta y disgusta, y deja un sabor de boca extraño… como si vieras algo impropio y enfermizo. Lo mismo ocurría con Hereditary.
Un traumático cartel de Midsommar de Ari Aster… las cosas no van bien