Sáb 3 Nov 2012
Primera deuda a subsanar este fin de semana, escribir una merecidísima opinión de Skyfall (2012), el film número veintitrés dentro de las aventuras del mítico agente del servicio secreto británico James Bond. La verdad sea dicha, el nivel de Casino Royale (2006) fue muy alto, Martin Campbell ofreció un Bond distinto enmarcado en un actor imponente como es Daniel Craig que llegaba dispuesto a dejar huella y hacer temblar los cimientos del más obsceno bondianismo exacerbado… superar al mismísimo Sean Connery. Daba gusto el enfoque que tomaba la franquicia, con una caracterización del personaje mucho más dura, cruda y sin tapujos de lo que podíamos imaginar. Luego vino el medio bajón que resultó ser Quantum of Solace (2008) de Marc Forster, una especie de forzada aunque correcta continuación a los acontecimientos de Casino Royale donde se puso de manifiesto que el imperturbable James Bond también tenía sentimientos, otra nuevo valor que abría un nuevo espectro personal en la coraza del personaje. Y con esas llega Skyfall, tras cuatro años de maduración donde se ha encauzado la franquicia nos entregan una delicia en todos sus aspectos, un trabajo excelso de dirección del gran Sam Mendes, un guión perfecto escrito a tres manos por Neal Purvis, Robert Wade y, valor añadido, John Logan, o un trabajo técnico increíble donde destaca la fotografía de Roger Deakins, atención a futuros premios, o el montaje de Stuart Baird. Skyfall lo tiene todo. Además, Daniel Craig sigue completando un personaje ahora abierto a nuevas experiencias, comienza a recordar a sus ya viejos predecesores, pero al tiempo mucho más intimo, más rudo y muy pero que muy personal y, por qué no decirlo, humano. Junto a Craig un villano a destacar encarnado por un superior Javier Bardem, simple en objetivo maligno pero eficaz y francamente obsesivo. No todo tiene que ser dominar el mundo…
Póster español de Skyfall, los carteles de esta película no hacen sombra a la realidad
La última misión de 007 en Turquía ha salido rana. Tratando de eliminar a un fulano llamado Patrice (Ola Rapace) que ha robado un disco duro donde se registra la identidad de diversos agentes del servicio secreto infiltrados en múltiples grupos terroristas y paramilitares de todo el mundo, James Bond sucumbe a la decisión de M (Judi Dench) y es dado por muerto. Varios meses después regresará de entre los muertos cuando vea que su fallida operación ha provocado que el pasado de M vuelva para atormentarla de múltiple maneras… aniquilando agentes encubiertos o atentando directamente contra el cuartel general del MI6. Tras varias malas decisiones el puesto de M está en el aire presionada por Mallory (Ralph Fiennes), Presidente del Comité de Inteligencia y Seguridad, y la ministra de seguridad al cargo. Bond se reincorporará y hará lo indecible por detener a Silva (Javier Bardem), el cabecilla de todos los males que azotan a M y del cual se desconoce que narices pretende en realidad.
Skyfall sirve además para establecer un reenfoque de la renacida saga que nos acerca, puede que peligrosamente, esto no lo tengo muy claro, a la veterana y olvidada durante mucho tiempo estructura del universo Bond. El film ofrece varios momentos que podremos enmarcar los fans de la saga como instantes míticos que han logrado que se nos hayan puesto los pelos como escarpias. Solo hablaré sobre la emoción que se siente cuando uno ve a Daniel Craig montarse en el Aston Martin DB5 acompañado por la famosa fanfarria de la saga. Los otros prefiero dejarlos en el anonimato porque merecen ser disfrutados en una sala de cine y así esbozar una sonrisa cómplice con el mismísimo James Bond cuando tengan lugar, eso si, todos ellos llegan conforme se completan las casi dos horas y media de metraje, duración que puede parecer excesiva pero que sirve para terminar de pulir una película que figurará en los anales de la saga como una de sus mejores aventuras. Y esto es prácticamente todo lo que puedo decir de Skyfall sin entrar en detalles de la historia. Probablemente una de las cosas que más me han gustado es que la película sirve también de interesante homenaje, no se si intencionado, a una de esas obras no-Bond que decoran Hollywood, la no reconocida como válida Nunca digas nunca jamás (Never Said Never Again, 1983). Ver a Bond pasarlo mal nos acerca mucho más a la debilidad de un personaje que ha sido por defecto una roca. Esto es lo bueno del enfoque que le han dado estos últimos años con Daniel Craig al frente, un agente que llegó en plenitud de facultades, pero que ha sufrido y que por lo visto lo seguirá haciendo mientras el cuerpo aguante. Y ojo, porque poco a poco le cuesta más superar los retos.