enero 2013
Sáb 19 Ene 2013
Ya iba siendo hora, al fin ha llegado a la gran pantalla la nueva incursión como director del siempre gratificante Quentin Tarantino. Django desencadenado (Django Unchained, 2012), como se esperaba, es otra pieza maestra salida de la mente de un tipo que engulle, literalmente, y supura cine en cantidades ingentes. Siguiendo la habitual lista de valores que identifican el cine de Tarantino, el gran poderío de esta obra se asienta en primer lugar sobre un guión indudablemente superlativo, un excelso trabajo repleto de incalificables diálogos y una historia no exenta de jugueteo fantasioso por todo lo que plantea en su fondo. Ojito, si en su anterior película, la discutida pero igualmente maravillosa Malditos bastardos (Inglourious Basterds, 2009), Tarantino nos tiraba de cabeza por una realidad distópica en la Segunda Guerra Mundial, en Django desencadenado el rumbo marcado no le desmerece. Porque si, el film plantea algún que otro imposible en los años previos a la Guerra de Secesión, tiempos donde el racismo y el esclavismo marcan muchos de los "no me los creo" sobre la obra que sin embargo aquí se nos presenta. La historia de Django desencadenado gracias a estos detalles, el oficio en el que acaba Django Freeman (Jamie Foxx) o la realidad sobre Candyland y personajes como el magnífico Stephen (Samuel L. Jackson), es infinitamente más maravillosa y una demostración de que Quentin Tarantino es el rey del le doy la vuelta a la tortilla y tan ancho… tanto que muchos ni se plantean estas incongruencias. El guión, muy pero que muy gamberro, se ve en segundo lugar engrandecido gracias a interpretaciones de esas que pasarán a formar parte de la lista de favoritos de los fans de don Quentin. Desde la de un Christoph Waltz impresionante, el personaje del Dr. King Schultz resulta por momentos paródico, pasando por un Samuel L. Jackson en el mencionado rol de Stephen, y que es más motherfucker que el mismísimo Jules, hasta un Leonardo DiCaprio que pese a ponerse en la piel de un auténtico pirado, Calvin Candie da miedo, sigue sin recibir los halagos que en verdad merece por sus trabajos. El tercer punto fuerte es lo visual, aquí Tarantino sigue marcando diferencias con el resto ya que ha hecho acopio de una vida devorando todo tipo de cine, lo que le sirve para que en estos 165 minutos rellene una película de instantes que se marcan a fuego en la retina del espectador, ya sea por la hiperactiva violencia que reflejan, como por la pausada tranquilidad en la que tienen lugar. Todo esto viene a dejar claro que Django desencadenado sirve además para disfrutar nuevamente de la increíble capacidad de Quentin Tarantino a la hora de ofrecer al espectador una master class de como se puede realizar una gran película.
Nos encontramos un par de años de antes del inicio de la Guerra de Secesión. Django es un esclavo más que de buenas a primeras es comprado por el Dr. King Schultz. Pese a no estar conforme con el racismo y el esclavismo, la compra se realiza bajo un acuerdo, Django ayudará a Schultz, un cazarrecompensas alemán, a acabar con los hermanos Brittle y luego será un hombre libre. Pero tras este trabajo Schultz ve en Django potencial y le ofrece un nuevo acuerdo, trabajar durante todo el invierno con él como mercader de hombres muertos a cambio de ayudarle a encontrar a su esposa Broomhilda Von Shaft (Kerry Washington), esclava que fue vendida en el mismo lote que Django a un tipejo de armas tomar, el sureño Calvin Candie, dueño de Candyland y adorador de las peleas de mandingos.
Y atención al detalle, Django desencadenado es un gran western, uno que tiene de todo, muchísima comedia cafre, una gran cantidad de acción sangrienta, momentos más cercanos a piezas maestras del western modo El jinete pálido (Pale Rider, 1985), y todos los elementos necesarios del género pero, curiosamente, no es tan spaghetti western como se podría esperar vistos los deseos de Quentin ya trasladados a la mencionada Malditos bastardos o al pack completo de Kill Bill. Django desencadenado sirve a Tarantino para recordarnos que veamos Django (1966) de Sergio Corbucci, que bien lo merece, como ocurriera con Aquel maldito tren blindado (Quel maledetto treno blindato, 1978), esta no tanto, pero ahí se para y salvo la aparición de Franco Nero poco más en ella recuerda al subgénero que dominó por otro lado su idolatrado Sergio Leone… muy presente en sus anteriores film y cero en este. Pero lo que predomina, por obvio, es el sangrante retrato que se hace de esa larga y bochornosa era de los USA. La era de los excesos sobre los negros, el esclavismo, etc., etc.
Pues nada, todos al cine. Cuatro quintos del film son sencillamente maravillosos, encandilan, te mantienen absorto, y aunque luego en parte se deja llevar por la obligada dinámica y resulta más convencional, estamos sin dudarlo ante una de las películas del año.