Este pasado domingo encontré un hueco para echar un vistazo a la prometedora Kong: La Isla Calavera (Kong: Skull Island) del hasta ahora, al menos para mi, desconocido Jordan Vogt-Roberts. La verdad, tras la muy irregular Godzilla de Gareth Edwards estaba reticente a esperar algo realmente sorprendente de un nuevo monstruoso producto de la factoría Warner Bros. El resultado sin embargo toma un rumbo francamente prometedor para una franquicia no correctamente explotada (que no sobradamente explorada).
Kong: La Isla Calavera es verdadero cine de aventuras, de altas esferas donde el ritmo, la acción, y la vistosidad de un espectáculo de efectos visuales nos ponen a los pies de un gigante como nunca antes lo habíamos visto… es grande de narices. Hay que reconocer que el proyecto dista mucho de la solemnidad con la que Edwards trató el film anterior de esta nueva saga, y eso que ambas criaturas, Godzilla y Kong, viven en un universo compartido que dentro de poco poblarán (si esto es posible) juntas. Vogt-Roberts, desconocemos si aleccionado o no, toma su propio rumbo, uno en el que el espectador es el protagonista porque debe salir del cine diciendo a grito pelado "id a ver esta puñetera película". Edwards esto no lo logró, los trailers nos dieron una cosa, la película otra, el producto Vogt-Roberts no engaña a nadie y lo que lleva ofreciendo unos cuantos meses vía trailers es lo que han estrenado en cines, sin tapujos, sin artificio, sin medias tintas… Kong: La Isla Calavera es la versión de King Kong que queríamos ver, una donde el mono no tiene que perder la cabeza por la dama (curioso sinsentido), ni tiene que acabar metido en un barco camino de una feria mundial para ser expuesto como mono de feria… y nunca mejor dicho.
En un tiempo donde el artificio es lo que prima, el enfoque de este Kong es lo que uno espera. Por eso se puede decir que ver a un bicho de semejante tamaño a las primeras de cambio zurrándose contra helicópteros comandados por una suerte de Walter E. Kurtz a la Samuel L. Jackson obsesionado por puro vicio es más que suficiente. De regalo unos anodinos Tom Hiddleston, Brie Larson, John Goodman o Toby Kebbell (este tipo iba para ser alguien en el cine y se está quedando en el mayor ostracismo, aunque aparezca acreditado como el expresivo Kong). Se salva un poquitín John C. Reilly, curioso personaje que funciona tanto como alivio cómico del producto final, como transmisor en nuestra lengua de lo que el rey Kong es en realidad… el mismo rol que el Godzilla de Edwards, un ser de otro tiempo, una especie de dios imparable que habita en este planeta para evitar que criaturas como los MOTU, calamares gigantes, arañas asesinas y lagartijas de dimensión monstruosa aniquilen a la humanidad.
El resto es producto mainstream, y pista. Muy bien rodado eso sí. Atrás quedan el King Kong de Peter Jackson, uno lo ve ahora y se le cae la cara con lo mal que han pasado los pocos años sobre el producto parido por el neozelandés. Un gorila aumentado de tamaño y la misma historia, refrito, del clásico e ingenioso film de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, al que todo sea dicho el de Vogt-Roberts rinde homenaje en su apariencia. Atrás también queda el mono de John Guillermin, que mal lo pasan algunos efectos especiales clásicos de carton piedra aunque estos hubieran sido realizados por Carlo Rambaldi y Rick Baker. No hablemos ya de King Kong 2 (King Kong Lives), de ese mejor pasar página. Como complemento la banda sonora de Henry Jackman, notable trabajo pero me quedo con otras de sus previas composiciones. Ojo, Kong: La Isla Calavera tiene hasta momentos ridículos… pero me valen.
Otro de los carteles molones de Kong: La Isla Calavera